FUERA DE AGENDA

CHOQUE DE CIVILIZACIONES

Introducción
Hasta hace poco más de veinte años el mundo se dividía en dos. Capitalismo y Comunismo. Occidente y Oriente. Los Unos y los Otros. Y con la caída del Muro, se derrumbó esta mentira para instalar otra aún más grande: la centralidad de Occidente como único faro cultural a nivel planetario.
En el transcurrir de esos años de posguerra fría, como afirma Samuel P. Huntington, salieron a la luz los “cambios espectaculares en las identidades de los pueblos, y en los símbolos de dichas identidades”[1]. Y no sólo eso. Superada esa primera etapa de transición, en donde aparecieron esas nuevas identidades culturales; el cambio de milenio trajo consigo la identificación y la afinidad cultural; como así también la enemistad, la fractura y el conflicto de intereses a nivel planetario.
En este trabajo intentaremos mostrar como se fue conformando esta nueva era del ¿quiénes somos?, en donde “los seres humanos la han contestado, haciendo referencia a las cosas más importantes para ellos. La gente se define desde el punto de vista de la genealogía, la religión, la lengua, la historia, los valores, costumbres e instituciones”[2]. A su vez, la migración de grandes cantidades de personas de diferentes puntos del planeta (y diferentes culturas), hacia los centros neurálgicos de Occidente, trae aparejado una nueva prueba para los Estados que los reciben: aceptar la diversidad y la convivencia cultural.


El Verdadero Choque
Terminada la Guerra Fría en 1989, parecía que el Capitalismo había ganado, que Occidente se había impuesto, y que Estados Unidos era el triunfador. Y los fantasmas del etnocentrismo y la mono visión del mundo estaban de vuelta. Las diferentes nuevas culturas se estaban haciendo ver en los distintos puntos del planeta. Tribus, razas, etnias, grupos y naciones cobraban participación en este nuevo escenario político-social, y la otredad sería moneda corriente en momentos de identificación y diferenciación cultural.
En los noventa, el gobierno de Clinton, en Estados Unidos, hizo del estimulo de la diversidad uno de sus objetivos principales, pero el contraste con el pasado es llamativo. Los Padres Fundadores de la nación occidental veían la diversidad como una realidad y como un problema a fines del siglo XVIII; y los líderes políticos posteriores también temían los peligros de la diversidad racial, regional, étnica, económica y cultural. En el siglo XX nuevos grupos de pensadores conformarían el ala multiculturalista, cuestionando la cultura occidental desde el mismo núcleo de ella: la sociedad occidental. Por el mismo camino negaban la existencia de una cultura común, promoviendo identidades y agrupamientos raciales, étnicos y culturales. El movimiento multiculturalista indefectiblemente terminaría chocando con los defensores de la civilización occidental y del credo estadounidense. Ése sería el verdadero choque, según Huntington, dentro del sector americano de la civilización occidental, y el futuro de los Estados Unidos y el de Occidente dependen de que los norteamericanos reafirmen su adhesión a la civilización occidental, y esto significa rechazar los diversos y subversivos cantos de sirena del multiculturalismo”.[3]
En este nuevo mundo de identidades culturales (ya sean étnicas, nacionales o religiosas) que pueden florecer en cualquier momento y en cualquier lugar, en donde las afinidades y diferencias culturales configuran alianzas y antagonismos, como así también líneas de conducta; Occidente, y mas precisamente Estados Unidos, deberán comprender un par de puntos definitorios, en lo que respecta a su lugar en el mundo contemporáneo. En primera instancia, como advierte Huntington, “los estadistas sólo pueden alterar la realidad de forma constructiva si la reconocen y entienden”[4]. Y esto es una clara referencia a la gran dificultad para adaptarse, del gobierno estadounidense, a una “época en la que la política mundial está configurada por mareas culturales y de civilización”[5]. En segundo lugar, “la diversidad cultural y civilizatoria cuestiona la creencia occidental, y particularmente estadounidense, en la validez universal de la cultura occidental”. De manera descriptiva, esta creencia sostiene que los pueblos de todas las sociedades quieren adoptar los valores, instituciones y prácticas occidentales. Y de forma normativa, la creencia universalista occidental postula que la gente del mundo debe abrazar esos valores, instituciones y cultura porque representan el pensamiento más elevado, ilustrado, liberal, racional, moderno y civilizado del género humano”. En un mundo de conflictos étnicos y choque entre civilizaciones la creencia del universalismo occidental en la cultura es peligroso, porque se basa en un espejismo: el de la centralidad de Occidente en la historia universal[6].


¿Mono cultura?
Sólo un etnocentrista pudo haber llegado a pensar alguna vez que una cultura se impondría en toda la población mundial. Entonces, “los monoculturalistas a escala mundial pretenden hacer el mundo como Estados Unidos”[7], y esto es realmente un emprendimiento tan mentiroso como ciego; porque como señala Huntington, “En este nuevo mundo, la política local es la política de la etnicidad (…) La rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de civilizaciones (…) los conflictos mas generalizados, importantes y peligrosos no serán los que se produzcan entre clases sociales, ricos y pobres, (…) sino los que afecten a pueblos pertenecientes a diferentes entidades culturales”[8].
La solución a estos choques es simplemente la aceptación de la multiculturalidad a escala planetaria. En lugar de promover y exaltar lo que caracteriza la supuesta universalidad de una civilización, el requisito básico de convivencia cultural nos exige investigar lo que nos une, lo que nos es común a la mayoría. Como resumen podemos tomar  estas frases de Huntington: “En un mundo de múltiples civilizaciones, la vía constructiva es renunciar al universalismo, aceptar la diversidad y buscar atributos comunes”[9], y “…los pueblos de todas las civilizaciones deben buscar e intentar ampliar los valores, instituciones y prácticas que tienen en común con los pueblos de otras civilizaciones.”[10] El esfuerzo futuro en la búsqueda de la paz y la civilización esta en nuestras manos, y es encontrar un poco de comprensión y cooperación en nuestros líderes políticos, ideológicos e intelectuales. Si los seres humanos, con sus representantes a la cabeza, logran cumplir estos objetivos, no solo se le pondrá cierto tope al choque de las civilizaciones, sino que la civilización en sí, saldrá fortificada.

Distintos, pero unidos por la tierra
Las grandes migraciones a lo largo de la historia de la Humanidad fueron una constante. Y en su mayoría se debieron a que a gente huía de su lugar de residencia por causas extremas, como ser una guerra, un exterminio o enfermedades. Hoy en día estamos frente a movilizaciones masivas en un mundo multipolar, en donde “las distinciones más importantes  entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales”[11].
Tanto en Asia, Europa, África, como América; la llegada de los inmigrantes en estas últimas décadas trajo aparejadas diversas controversias en los distintos niveles de la sociedad. Huntington señala que “la gente siempre ha sentido la tentación de dividir a las personas en nosotros y ellos, en el grupo propio y los demás, nuestra civilización y esos bárbaros”[12]; y la inmigración produce esa reacción en gran parte de los habitantes receptores, dejando recaer sobre aquellos los diferentes males que aquejan a su sociedad. Pero la negativa también se encuentra en los inmigrantes que se estacionan en el nuevo territorio y  una cultura diferente. “La cultura occidental está cuestionada por grupos situados dentro de las sociedades occidentales. Uno de estos cuestionamientos procede de los inmigrantes de otras civilizaciones que rechazan la integración y siguen adhiriéndose y propagando los valores, costumbres y culturas de sus sociedades de origen (los musulmanes en Europa, los hispanos en Estados Unidos)”[13].
Otro de los núcleos de diferenciación es la religión. Durante casi cincuenta años la cortina de hierro separó las aguas ideológicas en un mundo bipolar. En el siglo XXI, dejando esa simplificación de lado, nos encontramos con que “la revitalización de la religión en gran parte del mundo está reforzando estas diferencias culturales”, y de forma implícita y sin fronteras, “ahora es la línea que separa a los pueblos cristianos occidentales, por un lado, de los pueblos musulmanes y ortodoxos por el otro”[14].

Conclusión
Sería necio no querer saber leer el contexto cultural mundial. Ni nacionalismos ni universalismos conducen a buen puerto si nos paramos en éste abanico étnico planetario. Las diferencias son reales y palpables, y eso no debe ser un problema, sino por el contrario debe nutrir  con los elementos comunes a cada uno de nosotros, para construir una civilización mucho más rica y abarcativa.




[1] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág. 20
[2] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág. 22
[3] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.368
[4] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.369
[5] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.370
[6] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.372
[7] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.381
[8] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág. 22
[9] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington, Pág.382
[10] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington,Pág.384
[11] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington,Pág. 21
[12] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington,Pág. 34
[13] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington,Pág.365
[14] El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, de Samuel P. Huntington,Pág. 23

PERONISMO: de la proscripción del '55 a la lucha armada de los '70

Introducción

      ¿No es por lo menos ilógico intentar sacarle identidad a un Movimiento, sin esperar nada a cambio? Las cosas no dejan de existir sólo por prohibirlas, mucho menos, una ideología.
El General Juan Domingo Perón, partiendo desde su función de Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y Vicepresidente en tiempos del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en el golpe de Estado de 1943, seguido por dos presidencias democráticas (1946-1952 y 1952-1955), con logros realmente importantes para las clases trabajadoras mediante un gran apoyo al sindicalismo; significó un faro, un punto de referencia en las batallas ganadas para los que menos tenían. Complementario a lo realizado por el propio Perón, las acciones sociales y abarcadoras de Evita (voto femenino y creación del Partido Feminista Peronista, más la construcción de hospitales, escuelas y demás centros asistenciales), y la aparición en la escena social, como si fuera un ñandú que logra sacar la cabeza del hueco, de las clases bajas y medias, y su ascenso real con acceso a logros impensados años atrás, fueron un giro de 180 grados en la escena política, económica y social en Argentina de mediados del siglo XX.
Entonces no es extraño intuir que en algún momento, (más temprano que tarde), éste Movimiento amordazado y proscripto estallaría. Y más allá del contexto mundial, con revoluciones victoriosas de los sectores de izquierda, tanto en América como en Asia y Europa, y las diferentes vertientes de la guerra de guerrillas en América Latina; lo que fue diferencial en Argentina, mas exactamente en el Movimiento Peronista, fue cómo estalló. Explotó con violencia hacia los grupos económicos y contra los gobiernos militares en el poder, pero también implotó de manera exponencial, dejando de ser la utopía o el anhelo que todos esperaban en los sesenta y setenta, para dejar en claro que dentro del Peronismo, podía existir un abanico de pensamientos y acciones, pero no por eso convivir y construir algo a futuro.
Podemos acordar que la vuelta del Perón a la Argentina estuvo teñida en sangre, y los meses previos a su arribo fueron de constantes tironeos y luchas de poder entre las diferentes facciones internas del Peronismo; pero los más notorio es la división maquiavélica impulsada por el propio General, en donde la derecha y la izquierda se liquidaban día a día entre la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y Montoneros respectivamente. Paralelamente, Perón tejía una segunda disputa: los experimentados jefes Sindicales Ortodoxos, contra la renovación de la Juventud Peronista, por la disposición de puestos estratégicos en la estructura Justicialista venidera.
Repasemos los acontecimientos ocurridos entre la proscripción impulsada por la Revolución Libertadora en 1955, y la década del ’70, que reúne la vuelta de Perón a la Argentina, su tercer mandato democrático y el Proceso Militar del ’76 que volvió a golpear al Movimiento:

Sucesos
El 16 de Septiembre de 1955 la Revolución Libertadora (un Golpe de Estado con nombre pretencioso y mentiroso, por cierto) destituye a Juan Domingo Perón, que se exilia en Venezuela, Panamá y luego se instalaría en Puerta de Hierro, en la ciudad de Madrid, España. Unos meses antes, el 16 de Junio del mismo año, grupos conspiradores atacaron la Casa Rosada con aviones de la Marina y la Fuerza Aérea, con apoyo de tropas del Ejército. El bombardeo sobre la Plaza de Mayo se recordará por dejar el saldo de más de 1.000 víctimas civiles. El objetivo, claramente era asesinar a Perón, pero el presidente estaba refugiado en el Ministerio de Guerra. En septiembre, y con la Oposición reorganizada (Ejercito y Marina  juntos en el levantamiento), el movimiento golpista comenzó en Córdoba, a las órdenes del general Lonardi. La Marina en Buenos Aires empezó a disparar sobre los depósitos de combustible de La Plata y Dock Sud, dictando un ultimátum. Antes de la hora limite planteada, Perón envió una carta indicando su “renunciamiento”, y se refugió en la embajada del Paraguay. Una semana después Lonardi (presidente), daría un discurso en la Plaza de Mayo, junto a su vicepresidente, el almirante Isaac Rojas.[1]
La dictadura de 1955 aparte de clausurar el Congreso, intervenir las provincias y universidades, y formar una junta Consultiva (con representantes de todos los partidos, a excepción del peronismo); comenzó con la proscripción del peronismo, seguida por la prohibición de la publicación del nombre de Perón y de “cualquier símbolo, palabra o imagen que lo recordara”, interviniendo a su vez la CGT y suspendiendo las convenciones colectivas de trabajo logradas hasta ese momento. A fines de ese mismo año, el 13 de noviembre, grupos oficiales antiperonistas (llamados popularmente “gorilas”), pensaban que Lonardi era demasiado blando y no estaba “desperonizando” al país con la suficiente energía; entonces un golpe interno lo removió de su cargo, colocando en su lugar al general Pedro Eugenio Aramburu, quien disolvió el Partido Peronista e intervino los sindicatos. El almirante Rojas se mantuvo en su puesto de vicepresidente.[2]
El 9 de Junio de 1956, los generales Tanco y Valle se sublevaron contra el gobierno de facto destituyente del Peronismo. El levantamiento fue reprimido brutal e ilegalmente. A su vez, se suceden los fusilamientos clandestinos en los basurales de José León Suárez. Antes de ser dictada la Ley Marcial, un grupo de civiles (algunos relacionados vagamente con la conspiración; el resto, ajeno por completo a ella) fueron fusilados en un descampado de la Provincia de Buenos Aires. Pero como escribiría Rodolfo Walsh en el cierre de su obra Operación Masacre: “…eso no es fusilamiento, Eso es un asesinato.” Sólo algunos sobrevivieron, y luego aportarían datos que servirían para queWalsh escribiera aquel primer relato de “no ficción” o “Nuevo Periodismo” en el año 1957.[3]
Para febrero del ’58 se habían prometido elecciones, pero pocos meses antes, la CGT seguía intervenida y se había prohibido ocupar cargos sindicales a los dirigentes peronistas. El General por su parte incentivaba las protestas a través de dirigentes clandestinos de la CGT. Ante la continuidad de la Libertadora, que significaba la victoria de Balbín, Perón envió una carta ordenando votar a Arturo Frondizi, quien terminaría ganando las elecciones[4]. En 1963, el radical Arturo Illia (autodefinido como opuesto al peronismo y a favor de Estados Unidos), asumiría la presidencia tras haber sumado casi dos millones y medio de sufragios. En la campaña electoral, la fórmula del Frente Nacional y Popular, integrada por la Unión Cívica Radical Intransigente, peronistas y otros partidos mas pequeños, con Solano Lima – Begnis (apoyada por el General Perón desde el exilio) fue prohibida, y el Frente de la UCRI se abstuvo de participar[5]. En 1966 llegaría un nuevo golpe de Estado, que dejaría a Carlos Onganía en la presidencia. Unos años atrás, el mismo Onganía había prestado conformidad y adhesión (en representación del Ejercito Argentino) a la “doctrina de seguridad nacional”, poniendo el acento en los “enemigos internos”. Gracias a una feroz campaña de prensa paga comenzada en 1965, Illia fue expulsado de la Casa de Gobierno, y Onganía inició la llamada “Revolución Argentina” (otro nombre grandilocuente e inclusivo, mientras continuaba la proscripción al peronismo: un movimiento argentino)[6]. En agosto de ése mismo año se sucederían los hechos conocidos como “La noche de los bastones largos”, en donde la dictadura golpeó a estudiantes y profesores para desalojarlos de las universidades, y cerró por un año todos los establecimientos educativos.
Unos años antes, a partir de 1964 Fernando Abal Medina, Carlos Ramus y Mario Firmenich (que estudiaban en el Colegio Nacional de Buenos Aires), participaron de la Juventud Estudiantil Católica con el Padre Carlos Mugica como guía espiritual. Ramus y Abal Median habían pertenecido con anterioridad a la violenta y derechista Tacuara (con ataques contra escuelas judías, como ejemplo)[7]. En el ‘66 parten a Tartagal-Chaco a predicar y trabajar junto al Padre. En 1967 se separan del sacerdote porque éste no estaba dispuesto a promover la acción armada. “Estoy dispuesto a morir, pero no a matar”, eran las palabras de Mugica. Entonces los adolescentes entrarían al Comando Camilo Torres (para honrar al cura muerto cuando enfrentaba a militares colombianos), y actuar según lo que éste predicaba: “El deber de todo católico es el de ser revolucionario. El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Ahí conocen a Norma Arrostito, de 30 años y ex militante del Partido Comunista.
Para 1969 Montoneros, en Buenos Aires, era liderado por Fernando Abal Medina. En Córdoba Emilio Mazza (estudiante de quinto año de medicina y ex liceísta) lideraba el grupo compuesto por Carlos Capuano Martínez  e Ignacio Vélez. Comenzaban las operaciones militares, asalto a bancos y comisarías para recolectar dinero y armas. No firmaban sus acciones para que los confundan con delincuentes comunes. Un año antes, en 1968, aparecieron otros grupos revolucionarios, como las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), esta última con la figura de Mario Roberto Santucho como emblema. A fines de mayo de 1969, en la ciudad de Córdoba, obreros, estudiantes y vecinos romperían la supuesta paz social impuesta por la Revolución Argentina, en la manifestación popular conocida como “Cordobazo”, con reclamos laborales y enfrentamientos con la policía y el ejército. Sería el comienzo del fin de la dictadura de Onganía[8]. El 30 de junio de ese año es asesinado el líder sindical Augusto Vandor, por un grupo comando que ingresó a la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Desde la cúpula de la CGT Oficial, Vandor promovía un “Peronismo sin Perón”, mientras dentro de ésta facción participacionista del movimiento peronista, pactó con el gobierno de facto de Frondizi. Se adjudica su muerte a un atentado dentro del “Operativo Judas” perpetrado por la organización guerrillera Descamisados, o la CGT de los Argentinos, según sea la versión. A principios de julio de 1969 Montoneros ofrece otra señal de existencia: la toma de La Calera, al norte de Córdoba. Destruyeron equipos de comunicación del Correo, encarcelaron a los policías en la comisaría y se llevaron 26.000 dólares del Banco de Córdoba. Dejaron la pintada “Perón o Muerte”. A esta altura, Montoneros entabló relaciones con La Juventud Obrera Católica, liderada por José Sabino Navarro (ex delegado de SMATA), Carlos Hobert. Tiempo después el grupo entraría en la clandestinidad y se sumaría a Montoneros.
El 29 de mayo de 1970 Montoneros, que contaba con 12 miembros fundadores (de militancia católica) con base en Córdoba y Buenos Aires, secuestra al General Pedro Eugenio Aramburu (15 días antes le habían retirado la custodia policial por orden superior). Dos cuadros montoneros, Mazza y Abal Medina, vestidos con uniforme militar lo pasaron a buscar, ofreciéndole su custodia en el Día del Ejército. Bajaron los ocho pisos y subieron a un Peugeot 504 blanco que conducía Capuano Martínez. Firmenich, desde la esquina, hacía de campana[9]. Días más tarde, en un bar de Belgrano, aparece un comunicado de Montoneros - Comando Juan José Valle, que informa a la población de la detención de Aramburu y del juicio revolucionario al que será sometido. El 16 de julio el cuerpo de Aramburu sería encontrado en una estancia (propiedad de los padres de Ramus), en la Provincia de Buenos Aires. Todavía se duda si Montoneros recibió ayuda de sectores de Inteligencia Militar o del Ministro del Interior Francisco Imaz, para la planificación del secuestro y el posterior fusilamiento del general de la Revolución Libertadora. Ocho días antes del secuestro, Imaz junto a otras personas en su casa de Recoleta, dialogaban sobre el secuestro de Aramburu[10]. Un dato no menor al respecto, es que durante los meses de abril y mayo de ese mismo año, Firmenich visitó 22 veces el Ministerio del Interior (constaba en los registros de entradas). También se hablaba por entonces  sobre la vuelta de un gobierno civil al poder, con participación de Perón (desde Madrid) y el general retirado Aramburu. A su vez, circulaba el rumor que Aramburu llegaría al poder mediante un golpe interno, comandado por él mismo, más diez generales en actividad, y el apoyo de Perón[11]. A todo esto, Onganía tuvo que dejar el cargo de presidente (con intento de golpe fallido a cargo de Lanusse), y fue sucedido por Roberto Levingston.[12]
El 7 de septiembre de 1970 mueren Abal Medina y Ramus en un enfrentamiento en William Morris, mientras que Sabino Navarro y Capuano Martínez logran escapar. En el entierro en la Chacarita, los sacerdotes Carlos Mugica y Hernán Benítez (ex confesor de Evita) rezaron por las almas de los caídos. Después de las perdidas, Sabino Navarro pasó a ser el “número uno”, secundado por Firmenich, Capuano Martínez, Hobert y Arrostito. [13] Ese año, el General Perón recibe una carta de Montoneros que es entregada por Rodolfo Galimberti (líder de la agrupación JAEN, y que tiempo después pertenecería a Montoneros), en donde detallaban sus propósitos de que el pueblo tome el poder e instaure el socialismo nacional, con un eje y motor, que es el Peronismo, con la metodología de llevar a cabo la guerra de guerrillas urbana y rural para dicho propósito, y a su vez le pedían conocer sus opiniones al respecto. Perón acordaba en casi todos los puntos. Sobre la muerte de Aramburu la justificó como “una acción deseada por todos los argentinos”. Tampoco creía en la opción electoral, aunque prefería no “despreciar la oportunidad de forzar también este factor a fin de hostigar permanentemente desde las organizaciones de superficie que, frente a la opinión pública, también tienen su importancia…”. Sobre la guerra revolucionaria, Perón prefería que se movieran de manera independiente de la conducción del Movimiento Peronista. El General además dejó algunos mensajes: “…lanzar operaciones para ‘pegar cuando duele y donde duele’, es la regla. (…) han de comprender los que realizan la guerra revolucionaria que en esa ‘guerra’ todo es lícito si la finalidad es conveniente”.[14]
En febrero de 1971 en Córdoba, posterior a un levantamiento de los sindicatos clasistas, Levingston destituye al Gobernador Bas, y colocó a Camilo Uriburu, quien se comprometió a “cortar la cabeza a la víbora comunista”. Las masas impulsaron una nueva revuelta llamada “El Viborazo”, de menor medida que el Cordobazo, pero de similares consecuencias políticas: la Junta de Comandantes desalojó a Levingston de la Casa Rosada y lo reemplazó por Alejandro Agustín Lanusse, quien asumió el 26 de marzo de ese año y propuso una reapertura política con el Gran Acuerdo Nacional. Pero el General no fue dócil para encuadrarse en las negociaciones, y además iba armando un ejercito en distintos frentes, para forzar la retirada del gobierno militar. Tenía un discurso para cada uno de ellos: A los jóvenes militantes peronistas los seducía con el “trasvasamiento generacional”, y a los guerrilleros les hacía un guiño, apoyando las “formaciones especiales” y la “guerra revolucionaria”, con declaraciones como “La vía de la lucha armada es imprescindible”.[15]
Entre Junio y Agosto de 1971 Montoneros pierde a su jefe definitivamente. José Sabino Navarro es degradado de la Jefatura montonera en un Juicio Revolucionario en junio, y enviado a Córdoba. Luego de un asalto a un garaje el 22 de julio, que derivó en un enfrentamiento con la policía, huye en un colectivo, para luego internarse en el monte. Sabino Navarro estaba herido en la pierna y el hombro, y la huída duró varios días. El 27 de agosto un baqueano de la zona lo encontró en una cueva. Firmenich, impulsor de su desafectación, pasó a ser el referente principal de Montoneros.[16] Para esa época, el sindicalismo ortodoxo (con José Rucci-secretario de la CGT- y José Rodríguez –de SMATA- a la cabeza) también movilizaba a sus gremios por el regreso de Perón y buscaba la unidad del “peronismo duro” (tal como había ordenado el General), pero a su vez se disputaban los grupos juveniles de choque peronistas.
Algunas organizaciones guerrilleras, como FAP, MRP, JAEN, FAR estaban ligadas de alguna u otra manera a Montoneros. Para el año 1972 Montoneros iba camino a convertirse en la organización más poderosa, con la unificación de algunas vertientes peronistas: Descamisados, Las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Las FAP habían sido creadas para la guerrilla rural y urbana a mediados de los ’60. Las FAR, originadas en el ’66, tenían la esperanza de convertirse en el apéndice argentino del “foco” boliviano del Che Guevara[17]. Por otro lado, con el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), de ideología antes trotskista y para esta época guevarista, la relación sería distante. El Delegado de la Juventud Justicialista, Rodolfo Galimberti, nombrado por el General a mediados de 1971 (que recibía órdenes de Perón, como así también de Montoneros), intercedió para que una abogada del riñón peronista no asumiera la defensa legal de un médico del ERP. Galimberti aclaraba “nosotros tenemos un proyecto peronista que es distinto al de ellos. Cuando ganemos, el ERP se va a poner en nuestra contra”.[18] Por esos días de 1972, el presidente Lanusse lanzó una de las frases que cerraron el círculo de la vuelta del General Perón. En un discurso en el Colegio Militar, instó al líder peronista a que se presente antes del 25 de agosto, si quería ser candidato a presidente, y escupió “…aquí no me corren más a mí,…diciendo que Perón no viene porque no puede. Permitiré que digan: porque no quiere. Pero en fuero interno diré: porque no le da el cuero para venir”. Desde el peronismo respondieron con pintadas que rezaban “Perón vuelve cuando se le cantan las pelotas”, y desde un acto en Mataderos lanzaron el “Luche y vuelve”[19]. El “Operativo Retorno” ya estaba en marcha, y la derecha burocrática sindical (el Poder Gremial) como la izquierda guerrillera (la Tendencia Revolucionaria), desplegaban todas sus armas, para ganar el centro de la escena. Finalmente en un lluvioso 17 de noviembre de 1972, Perón aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, junto a Isabel, López Rega y Héctor Cámpora. El General alzó los brazos para saludar a los miles de peronistas que lo fueron a recibir, mientras Rucci lo cubría con un paraguas. En los días posteriores se reunió con casi todo el espectro político, y dejó una frase: “No tengo odios ni rencores. No es tiempo de revanchas, retorno como pacificador de los espíritus”. Igualmente su candidatura a presidente estaba vedada por no haber llegado antes del 25 de agosto[20]. El candidato a presidente seria Héctor “El Tío” Cámpora, quien el 11 de marzo de 1973 lograría mas del 49% de los votos (bajo el lema del Partido Justicialista en la previa, que rezaba: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, y las palabras en el cierre de campaña del propio candidato, quien declaró: “la prioridad absoluta del gobierno será inspirarse en el jefe, sus postulados y su doctrina”[21]); mientras que Balbín alcanzaría el 21%. El 25 de mayo el peronismo retornaría al poder luego de 18 años de proscripción y resistencia, pero la calma volvería a romperse un mes mas tarde. 
El 20 de junio de 1973, en la masacre de Ezeiza (en la segunda vuelta de Perón al país y la mayor movilización de la historia argentina), cerca de un millón de personas quedó expuesto a las balas. Algunas primeras versiones hablaron de 20 muertos, otras indican centenares de victimas fatales. Montoneros quería impresionar al General con su capacidad de movilización, y la Derecha Peronista, con intenciones de provocar una masacre y debilitar a Cámpora,  atacó a mansalva (según su versión, la Tendencia quería asesinar a Perón y llevar a Cámpora  a la Plaza de Mayo, para proclamar la Patria Socialista), mientras custodiaba la seguridad del acto. Francotiradores disparaban a la multitud desde las alturas, y pistoleros cruzaban el bosque en búsqueda de montoneros. No querían que “infiltrados coparan el gobierno”, buscando “frenar el avance de los zurdos, los bolches y los que quieren la Patria Socialista”. Su anhelo: provocar un vacío de poder y que Cámpora renuncie[22]. Perón entonces aterrizó en Morón y lanzó: “Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes”, en clara alusión a una quita de apoyo a la izquierda peronista. Cámpora terminó renunciando el 13 de julio de 1973 entre huelgas de trabajadores, tiroteos a locales de los gremios, atentados con bombas, secuestros a empresarios, y más muertos que se sumaban a la larga lista de la lucha armada. El 23 de septiembre con el 62% de los votos, Perón llegaría a su tercera presidencia con su esposa Isabel Martínez de Perón como vicepresidenta. Dos días después, Montoneros mató a Rucci.
Entre 1973 y 1976, durante la presidencia Justicialista (Cámpora, y luego Perón e Isabelita), hubo más de 1.000 denuncias registradas en la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), por desapariciones forzadas. En un principio fueron supeditados a causas judiciales contra los jefes militares que tomaron el poder el 24-3-1976, pero como los delitos ocurrieron antes de esa fecha, la diferenciación es obligada. Entonces recaen en la figura del ex ministro de Bienestar Social, José López Rega, y su relación directa con la Alianza Anticomunista Argentina. La Triple A comenzó su actividad después del asesinato de Rucci (o con él, según otras versiones). Sus hombres claves eran comisarios y oficiales de la Policía Federal. Un oficial del Ejercito confesó que a mediados de 1974 “ya habíamos recibido órdenes de no tomar prisioneros; a los guerrilleros del ERP debíamos eliminarlos en el acto; a los peronistas podíamos interrogarlos antes de liquidarlos”. Entre julio y septiembre de ese año se produjeron 220 atentados (3 por día), 60 asesinatos y 20 secuestros perpetrados por la Triple A[23]. Esto permite nuevos debates históricos sobre lo ocurrido en ese corto período democrático (el expediente fue cerrado tras la muerte de López Rega en 1989, y vuelto a abrir en 2005, para investigar el asesinato de 3 ciudadanos uruguayos que aparecieron acribillados en Argentina a mediados de septiembre de 1974), y ver a las claras la negación y falta de acción, por un lado; y el ocultamiento evidente por parte del régimen político y judicial sobre las desapariciones de personas durante los años Justicialistas. Según afirma Larraquy, “La metodología clandestina de persecución contra los opositores había comenzado antes de la dictadura de 1976. Y se había gestado desde el interior del Estado que administraba el justicialismo. La Triple A fue el instrumento de terror público.”[24]
Como primer interrogante, nos preguntamos como es posible que luego de casi 20 años de proscripción y persecución a su figura y al Movimiento Peronista en su totalidad; durante el tercer mandato democrático de Perón, se haya amenazado, perseguido y asesinado a los propios seguidores del General. Tal vez encontremos una respuesta en propias palabras de Perón, cuando en 1974 (tras el ataque del ERP al Regimiento de Azul, que dejo un saldo de dos militares y un civil muertos), y por Cadena Nacional, con Isabelita y López Rega detrás suyo; dijo que “el aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana”.[25]
A comienzos de 1974, el ajuste interno dentro del Movimiento estaba desatado. La ortodoxia peronista y Montoneros disputaban el centro de la escena violenta a los tiros. Y la Tendencia empezó a sentir fuertemente la desigualdad en la que se encontraban, porque la derecha peronista seguía sumando fuerzas (grupos de choque del Sindicalismo, la Juventud Sindical Peronista (JSP), Comando de Organización (CdeO), Concentración Nacional Universitaria (CNU), y el nuevo apoyo de grupos parapoliciales -o policías de civil-), para atentar contra más de veinte unidades básicas, diarios y revistas y dar muerte a dirigentes obreros. Por decisión del propio Perón se reincorporó al comisario retirado (y ex custodio del General en los ’50), Alberto Villar  a la Policía Federal el 29 de enero de ese año, y entonces la Triple A estaba completa para actuar en la “legalidad clandestina”. Al día siguiente la prensa recibiría la lista de condenados a muerte por el grupo de tareas de  ultraderecha peronista[26]. La Triple A tendría su versión cordobesa comandada por Luciano Benjamín Menéndez, con zonas liberadas y el apoyo de grupos parapoliciales, luego de un golpe institucional a la democracia de esa provincia, avalada por el propio Perón[27]. Entre abril y mayo, Juan Domingo Perón designó a Villar como jefe de la Policía Federal, y éste a su vez reincorporó al Ministro de Bienestar Social, López Rega a la institución policial, para ascenderlo luego al cargo de comisario general. Estos ascensos ilustraban la creciente influencia y conexión entre ambos personajes en la tarea de reprimir a la izquierda (peronista o no).
El 1º de mayo de 1974 podría decirse que fue el quiebre en la relación entre Perón y Montoneros. Tuvo lugar en el acto del día del trabajador en la Plaza de Mayo, en donde desde las filas Montoneras hostigaban al presidente con cantos como “¿Qué pasa, General, que está lleno de gorilas el Gobierno Popular?”, en clara alusión a Isabelita y a López Rega. En la madrugada, los Servicios de Inteligencia del Estado (SIDE), habían pintado las paredes del centro de Buenos Aires con consignas contra Perón e Isabel, a los que acusaban de “vendidos” y “traidores”, colocando la firma de Montoneros. Con la salida del General al balcón de la Casa Rosada, ya enfurecido por los aires internos y  en medio de un proceso de incomprensión mutua con el ala guerrillera del Peronismo, a pocos minutos de empezado el discurso, Perón los calificó de “estúpidos e imberbes”, “mercenarios al servicio del extranjero” y de “idiotas útiles”. Apenas comenzados los insultos, los montoneros empezaron a retirarse, dejando media plaza vacía, mientras la otra mitad, ocupada por los gremios sindicales ortodoxos, gritaban “Ar-gen-ti-na”.[28] Dos meses más tarde, el 1º de julio de 1974, falleció Juan Domingo Perón. En su último discurso del 12 de junio, Perón había dicho que dejaba al pueblo “como único heredero”. Lo cierto también, es que Isabelita, López Rega y la Triple A quedarían en el control del gobierno justicialista.[29]
En octubre de 1975 se le comunicó a todos los generales, almirantes y brigadieres en actividad con mando de tropa, el plan elaborado para combatir a la guerrilla: “Orden de Batalla del 24 de marzo”. El plan estaba elaborado seis meses antes del Golpe Dictatorial más asesino de la historia argentina. Es más, ésta información llegó a manos de la Conducción Nacional de Montoneros, a través de Rodolfo Walsh. Montoneros omitió el alerta sobre el Golpe, y por el contrario empezó a buscarlo. Pensaban que con los militares en el poder, y cuanto más intensa sea la violencia hacia el pueblo, mayor sería la conciencia de éste para combatirlo y podrían desenmascararlo fácilmente. “Cuanto peor, mejor”.[30]
El 24 de marzo de 1976, finalmente, el Proceso de Reorganización Nacional se hizo realidad, dejando un saldo de miles de desaparecidos (algunas versiones hablan de ocho mil, y otras, de más de treinta mil), en manos de los grupos de tareas formados por militares y policías. La Triple A le había cedido el guante con mucha naturalidad. Montoneros, por su parte, calificaron al golpe de Videla como una “ofensiva generalizada sobre el campo popular, apoyada por la oligarquía, los monopolios imperialistas y la alta burguesía nacional”. Optaron por una “ofensiva activa”, preparando el terreno para una contraofensiva popular. Entonces, los atentados continuaron, a pesar de las detenciones y secuestros de activistas montoneros. Según Amnistía Internacional, para enero de 1977 había entre cinco y seis mil presos políticos, los grupos parapoliciales causaron alrededor de 1.000 víctimas, y los grupos guerrilleros de izquierda fueron responsables de otras 400 o 500 muertes. Un informe de Montoneros de septiembre de 1977 indicaba que los muertos eran ya 2.000. En agosto de 1978, las bajas sufridas por el golpe alcanzaron a las 4.500[31]. Para marzo de 1980 Montoneros estaba partido. La última ruptura, había sido liderada por Miguel Bonasso, que escindió de Montoneros junto a su grupo (Ernesto Jauretche, Daniel Vaca Narvaja, Eduardo Astiz –primo del represor Alfredo Astiz-, entre otros).[32]

Conclusión

Podemos ver como fueron sucediendo los hechos y sacar algunas conclusiones. Pero lo que más molesta, es que todavía nos quedan interrogantes por dilucidar. No hay un suceso o un culpable, sino una serie de encadenamientos que llevaron a una situación turbia, desesperante, sucia y sangrienta. ¿Cómo jugaron su rol los distintos gobiernos de facto o las presidencias “semidemocráticas” en este proceso de casi 20 años? ¿Cuál es el razonamiento de los distintos partidos políticos que permitían la proscripción de un Movimiento que representaba a la gran mayoría? ¿Qué responsabilidad le cabe a un dirigente, que no deja, ni quiere que otra voz se escuche dentro de su propio Movimiento? ¿Qué podemos pensar de un líder, que por un lado divide a los sectores que lo respaldan y por otro lado escupe directivas tan dispares, que logran la confusión de sus más allegados colaboradores? ¿Cómo se entiende la creación de un grupo parapolicial que asesina, secuestra y tortura a los militantes de su propio Movimiento? ¿Por qué Montoneros, al enterarse del golpe de facto del ’76 con seis meses de antelación, no hizo nada concreto al respecto? ¿Cuántas vidas se podrían haber salvado, no sólo desde 1976, sino en los años anteriores?




[1] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 517
[2] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 520, 521 y 522
[3] Ver: Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, Pág. 173
[4] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 523 y 524
[5] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 534 y 535
[6] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 542 y 543
[7] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 565
[8] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 559
[9] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 101 y 102
[10] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 572
[11] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 568
[12] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 106
[13] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 117 y 118
[14] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 127 y 129
[15] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 135 y 136
[16] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 141 y 142
[17] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 578
[18] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 153
[19] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 164
[20] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 175
[21] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 582
[22] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 193 y 194
[23] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 597 y 598
[24] Ver: López Rega - El Peronismo y la Triple A , de Marcelo Larraquy, Pág. 11, 12 y 13
[25] Ver: López Rega - El Peronismo y la Triple A , de Marcelo Larraquy, Pág. 271
[26] Ver: López Rega - El Peronismo y la Triple A , de Marcelo Larraquy, Pág. 275 y 276
[27] Ver: López Rega - El Peronismo y la Triple A , de Marcelo Larraquy, Pág. 279
[28] Ver: López Rega - El Peronismo y la Triple A , de Marcelo Larraquy, Pág. 286
[29] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 212
[30] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 248 y 249
[31] Ver: Argentinos – Edición definitiva, de Jorge Lanata, Pág. 621 y 622
[32] Ver: Galimberti, de Marcelo Larraquy – Roberto Caballero, Pág. 347